Por:
Juan Cruz, 24 OCT 2015 – El País
Este
es Mario Vargas Llosa de cuerpo entero, el escritor de ficciones y el hombre.
En marzo cumple 80 años; su vida personal ha conocido una transformación
radical, que incluye una nueva relación sentimental que ha dado más que hablar
de lo que él hubiera imaginado nunca, y ahora anuncia su editorial, Alfaguara,
que cuando el Nobel de Literatura peruano cumpla aquella edad saldrá a la calle
en todo el mundo de habla española su último libro, la novela Cinco esquinas.
En esa obra, como en Conversación en La Catedral o en La ciudad y los perros,
Vargas Llosa regresa a su tierra, Perú, el fundamento de su narrativa y el gran
pesar y el gran gozo de su corazón y de su memoria. Esta entrevista versa sobre
los temas capitales de su escritura, para qué le ha servido y le sirve
escribir, y sobre aspectos actuales de su vida personal. Se la concedió a EL
PAÍS, el periódico en el que colabora desde hace años, el pasado domingo a
mediodía en el apartamento en el que vive en Nueva York, donde da clases en la
Universidad de Princeton. Antes y después de la conversación, que aquí se
transcribe tal como fue y enteramente, el personaje y la persona se juntan en
un ejercicio extraordinario de memoria, de pequeños detalles, de historias que
describe, oralmente, con la precisión que luego se conoce por la extrema
eficacia narrativa, descriptiva, que hay en su obra completa. Por eso la
primera pregunta va sobre su memoria.
P. ¿De
dónde le viene esa capacidad para recordar tantas cosas?
R. No creas, recuerdo las cosas que tienen que ver con mi
trabajo, las muy personales o familiares, y olvido muchísimas más de las que
recuerdo, a todos nos pasa. Sí, me he dado cuenta de que recuerdo bastantes
imágenes, episodios que se convierten luego en materia prima para mi trabajo.
P. ¿Cómo
funciona eso?
R. De una manera totalmente inconsciente. Como todo el
mundo, vivo toda clase de experiencias, pero hay algunas que la imaginación
rescata, preserva, y de pronto de esas imágenes empieza a surgir una especie de
fantaseo, pero sin yo darme cuenta. Hasta que de pronto me doy cuenta de que he
estado trabajando inconscientemente en alguna pequeña historia, muy embrión de
historia, a partir de algún hecho vivido, oído o leído. Siempre me ha parecido
muy misterioso ese comienzo de todas las cosas que he escrito, por qué ciertos
hechos tienen esa facultad de encender la imaginación, poner en movimiento la
fantasía. Seguramente es porque esas experiencias tocan algún centro vital muy
importante, pero que está hundido en el subconsciente. Nunca he sabido
exactamente por qué ciertas experiencias tienen esa facultad y por qué
tantísimas otras no.
P. ¿Qué
centro vital cree que es ese?
R. No sé, probablemente si lo supiera el mecanismo no
funcionaría con esa naturalidad. Tiene que ver con algunos hechos clave que
constituyen la personalidad, la fuente de lo que es la psicología de un
personaje. Lo que sé es que siempre ha ocurrido así, siempre es algo vivido el
punto de partida de la fantasía, de la imaginación que está detrás de las novelas,
de las historias. De las obras de teatro también. Creo que no de los ensayos;
los ensayos son mucho más racionados, eliges los temas sobre los que quieres
escribir, pero en el caso de la ficción no eliges, los hechos eligen a la
persona y le empujan en determinada dirección. Aunque a partir de entonces
empieces a trabajar con una gran libertad, creo que el punto de partida no es
libre, es algo que la realidad impone a través de la experiencia vivida.
P. En
su caso, la realidad tiene que ver muchas veces con su propia juventud o
infancia, pero también con la realidad peruana.
R. Sí, sí, los años de formación de la personalidad son
los años de la juventud, esos yo los viví en Perú y son los que más me han
marcado. Mis primeros 10 años los pasé en Bolivia, una época que yo recuerdo
como totalmente feliz, y jamás se me ocurriría contar una historia inspirada en
unos hechos de esos años, tal vez porque fui feliz, porque viví sin ningún tipo
de traumas. Creo que las experiencias traumáticas son mucho más fecundas para
un escritor, por lo menos para un escritor moderno, que las experiencias
felices. Las experiencias que para mí son más fecundas desde el punto de vista
literario tienen que ver con conflictos, traumas, con momentos difíciles, con
algún tipo de frustración o desgarramiento; o también de gran exaltación. No
son hechos convencionales, esos hechos que no dejan mayor huella en la memoria;
son hechos más bien conflictivos y muchas veces traumáticos.
P. ¿Ese
es el caso de Cinco esquinas?
R. El caso de Cinco esquinas es muy interesante; a
diferencia de otras historias, no tengo muy claro cómo se fue insinuando en mí
la idea de esa novela. Comenzó con una imagen más bien erótica de dos señoras
amigas que de pronto una noche, de una manera impensada para ambas, viven una
situación erótica. Como era una imagen que me perseguía, empecé a escribirla, y
ese fue el punto de partida. Luego se fue convirtiendo en una historia
policial, casi en un thriller, y el thriller se fue transformando en una
especie de mural de la sociedad peruana en los últimos meses o semanas de la
dictadura de Fujimori y Montesinos, en un momento en que el sistema que habían
construido comenzaba a descalabrarse por todas partes. Y en medio de una gran
violencia, una violencia múltiple por el terrorismo; también por la violencia
de la represión policial y militar y el gran desconcierto, desánimo psicológico
y político colectivo e individual que vivía Perú. Y eso es lo que ha resultado.
Cinco Esquinas fue un barrio importante de Lima; en él estaban las principales
embajadas, la de Francia, Gran Bretaña y EE UU; un barrio que en la colonia
había tenido una gran vitalidad, quizá las principales iglesias coloniales de
Lima están en Cinco Esquinas. Luego decayó brutalmente, aunque a comienzos del
siglo XX tuvo una especie de apogeo de otra índole porque se convirtió en el
barrio del criollismo, de la música peruana, de los grandes guitarristas…
Después continuó su decadencia hasta convertirse en un barrio muy peligroso,
con mucho comercio de narcotraficantes y mucha delincuencia pública. Tanto que
la última vez que estuve en Lima fui dos o tres veces a caminar por el barrio y
a plena luz del día me advirtieron que no debía ir por allí porque era muy
peligroso, porque podía ser asaltado, y que ahí solo estaban seguros los del
barrio. Me pareció que en todo eso había como un símbolo de la sociedad y de la
problemática peruana y me gustó la idea de que la historia se llamase Cinco
esquinas como un barrio que de alguna manera es emblemático de Lima, de Perú y
también de la época en la que está situada la historia.
P. Perú
nunca se disuelve en usted.
R. No, no, las experiencias básicas, que son las de la
formación de la personalidad, las viví en Perú. Conocí Perú cuando ya tenía 10
años; antes había vivido en Bolivia y siempre con la idea de que Perú era mi
país, mi patria. Y regresé a un país en el que en Piura me consideraban un
extranjero porque hablaba como un chico boliviano y los compañeros de colegio
se burlaban de mí, decían que hablaba como los serranitos.
P. Quienes
han leído Cinco esquinas dicen que tiene una fuerte carga erótica y también…
R. ¡Pues sí, sí! Una de las caras de la historia es una
relación erótica muy fuerte que seguramente es como un refugio. Cuando no
puedes escapar de la realidad por otros medios, el erotismo es una manera de
escapar de la realidad, de no vivir la realidad que rechazas. Pero si hay un
tema en Cinco esquinas que permea, que impregna toda la historia, es el
periodismo, el periodismo amarillo. Fue un caso muy interesante porque la
dictadura de Fujimori, sobre todo con Montesinos, el hombre fuerte de la
dictadura, utilizó el periodismo amarillo, el periodismo de escándalo, como un
arma política para desprestigiar y aniquilar moralmente a todos sus
adversarios. Él contrataba periodistas, pagaba órganos de prensa para que
aniquilaran moralmente a los adversarios y críticos. Esto ensució terriblemente
el periodismo, le dio al periodismo una dimensión canalla, vil. En ninguna de
las experiencias dictatoriales que ha vivido Perú el periodismo se había
convertido en un instrumento tan eficaz para acallar y liquidar a la oposición
sin hacer política aparentemente, simplemente descubriendo que los opositores
eran escandalosos, ladrones, pervertidos… En fin, toda una serie de calumnias
viles impregnaba a quien se atrevía a enfrentar y criticar al régimen. Ese es
uno de los temas centrales de la historia. Al mismo tiempo también está la otra
cara, cómo el periodismo, que puede ser algo vil y sucio, puede convertirse de
pronto en un instrumento de liberación, de defensa moral y cívica de una
sociedad. Esas dos caras del periodismo, que no solo aparecen en Perú, sino en
todos los países y sociedades del mundo, son uno de los temas centrales de
Cinco esquinas.
P. Usted
sufre ahora el embate del periodismo canalla.
R. De la chismografía periodística, sí, sí.
P. ¿Cómo
se siente al respecto?
R. Sabía que con esta nueva relación habría cierta
repercusión de tipo periodístico, pero nunca en la vida imaginé que tendría esa
repercusión continental, que hubiera semejante especulación periodística en
torno. Tanto para Isabel [Preysler] como para mí ha sido muy, muy pesada en
estos últimos meses. Bueno, es una realidad de nuestro tiempo, me ha permitido
conocer un poco mejor un oficio que es el mío también. El periodismo ha sido
central en mi vida, ha sido compañero de mi vocación literaria desde que era
prácticamente un niño, porque empecé a hacer periodismo cuando estaba todavía
en el colegio y nunca he dejado de hacerlo hasta hoy. Claro, yo he conocido
sobre todo la mejor cara del periodismo. Ahora me ha tocado vivir la peor y
comprobar que el periodismo como espectáculo no solo está presente en el
periodismo especializado en el escándalo, en la chismografía, sino que el
periodismo más serio se contamina también por esa necesidad contemporánea de
que el periodismo sea entretenido, divertido; que la misión primera ya no sea
informar, sino entretener a los lectores, oyentes o espectadores. Creo que es
una realidad de nuestro tiempo. Y sin darme cuenta esto ha ido impregnando
mucho la historia que escribí, nunca había pensado que fuera una historia sobre
el periodismo ni sobre esta deriva del periodismo moderno.
P. El
libro ha sido impregnado por la realidad que a usted mismo le ha ido
sucediendo.
R. Por la realidad vivida, sí, sí. No solamente en los
aspectos negativos, también en aspectos positivos de la experiencia que he
vivido, aspectos sumamente exaltantes, rejuvenecedores, desde luego.
P. ¿Le
ha herido todo esto?
R. ¡No, herido no! Me ha sorprendido mucho y me he visto
muy desconcertado con esa trasgresión de la privacidad. Me mandaron los
recortes de una revista en la que me habían fotografiado cortándome el pelo en
una peluquería, saliendo de este edificio al ir a caminar por las mañanas.
¡Jamás descubrí que había un fotógrafo! Salgo a las seis de la mañana, y a esas
horas ya había un fotógrafo que luego se metió en la peluquería donde me estaba
cortando el pelo. Es sorprendente esa rama de periodismo que prácticamente nada
tiene que ver con el periodismo de información, de comentario, el periodismo
que tiene la vocación de defender o criticar ciertas cosas. No, no. Se trata de
entrar a la privacidad por esa curiosidad malsana que la privacidad de las
personas despierta en muchísima gente, y quizá en toda la gente, desde la más
culta hasta la más inculta.
P. Una
privacidad de toda su familia.
R. Han seguido absolutamente a toda la familia, todo el
mundo ha tenido que pagar un poco cosas que hacía yo. Lo siento muchísimo, pero
no había manera de evitarlo, y creo que en la vida presente no hay manera de
evitarlo. Una de las características de la vida presente es que la privacidad
ha desaparecido, ya no existe, hay una tecnología capaz de transgredir la
privacidad a todos los niveles. Esto tiene efectos económicos, políticos,
culturales, pero una de las consecuencias es que lo que entendíamos por
privacidad, pura y simplemente, ya no existe.
P. En
cierto modo le ha venido al encuentro lo mismo que usted anunciaba en su libro
La civilización del espectáculo.
R. ¡Bueno, pues me tocó vivirla! Es un libro que escribí
porque realmente creo que es un problema de nuestro tiempo, y de pronto ciertas
circunstancias de mi vida privada han hecho que viviera desde dentro, desde el
corazón mismo, La civilización del espectáculo.Vargas Llosa una extraordinaria fecundidad literaria a los 80. |
P. ¿Le
sirven los libros, la escritura, para ponerle serenidad a momentos así?
R. Sí, mucho. Escribir es un refugio extraordinario para
encontrar la paz, la calma en momentos de gran desasosiego, de incertidumbre.
Sí, escribir, encerrarme en el mundo que estoy tratando de inventar me arranca
de la problemática personal y me hace vivir la fantasía. Mientras estoy
escribiendo me siento invulnerable; cuando dejo escribir, las cosas cambian
[risas]. Lo que no quisiera es darte una idea falsa y decirte que esta época
para mí ha sido desastrosa. Por una parte ha sido muy complicada y muy difícil
por muchísimas razones, pero por otra ha sido una época maravillosa de mi vida
y quisiera que quedara muy claro. Nunca he tenido la exaltación, el entusiasmo,
las ilusiones que tengo hoy día a una edad en la que generalmente ya no hay
tantos entusiasmos [risas].
P. Decía
que a esta edad querría estar con un gran danés e invernar.
R. ¡Quién iba a decir que iba a estar viviendo una gran
pasión y organizando mi vida como si fuera a vivir eternamente!
P. A
lo mejor vive eternamente escribiendo.
R. [Risas]. ¡Ojalá!
P. ¿Cómo
le ha dejado la escritura de Cinco esquinas?
R. Como todos los libros que he escrito, salvo quizá La
casa verde, donde creo que hay un engolosinamiento exagerado con la prosa, con el
medio, con el instrumento. En todos mis libros la prosa ha tratado de ser
funcional, estar al servicio de una historia y no la historia al servicio de
una demostración de tipo retórico. No. Salvo en La casa verde, quizá ahí sí se
pueda decir que la historia sirve tanto a la forma como la forma a la historia.
En Cinco esquinas, como en las novelas anteriores, la prosa trata de ser
invisible, de desaparecer detrás de la historia que cuenta para que sea la
historia la que parezca vivir por sí misma. El método flaubertiano, que ha sido
siempre el mío. Pero tenía un problema que resolver: la diversidad que tiene la
sociedad peruana; los peruanos de una clase social encumbrada, los de clase
media y los de un medio popular no hablan exactamente de la misma manera, hay
muchas diferencias y modismos. Hay una naturaleza del lenguaje que expresa
clarísimamente esa situación social, económica o cultural, es algo que he
tenido muy presente y al mismo tiempo he evitado mucho ser folclórico, que la
manera de hablar fuera al final más importante que el propio personaje, que se
luciera ya desprendida del propio personaje. No, es algo con lo que siempre
estuve en contra y creo que mi generación ha sido una generación de escritores
que reaccionó muchísimo contra eso, la explotación del color local, contra esa
especie de estriptís lingüístico que hacía toda la literatura criollista,
localista. Ha sido un trabajo del lenguaje para que fuera lo más invisible
posible, pero que al mismo tiempo sirviera mucho para mostrar las diferencias
sociales, económicas y culturales de una sociedad tan compleja y diversa como
la peruana.
P. La
gente puede tener la tentación de pensar que esa excursión erótica que
constituye también la novela es una novedad. Evidentemente, no lo es, porque
están Los cuadernos de don Rigoberto, Elogio de la madrastra, Las aventuras de
la niña mala…
R. Carmen Balcells, pobre, una amiga tan querida, fue una
de las primeras en leer Cinco esquinas en manuscrito y me preguntó: “¿Las
escenas eróticas las has escrito recientemente o las has escrito antes de…?”
[risas]. Le dije que esa era una pregunta insolente que no le iba a responder.
[Risas].P. Ni ahora tampoco.
R. [Risas]. No, tampoco.
P. Pero
es cierto que siempre tuvo el erotismo como una línea. La niña mala, por
ejemplo.R. Cuando estaba en segundo o tercer año de universidad trabajé como ayudante de bibliotecario en el Club Nacional, el club de la oligarquía peruana en esa época, y allí descubrí el erotismo literario en su rama francesa. Lo leí porque había una colección maravillosa de literatura erótica francesa. En algún momento, un bibliotecario había adquirido entre otras cosas toda la colección de los maestros del amor, que dirigió Apollinaire, prologada por él, con muchos libros anotados por él. En esa época, igual que los grandes maestros del erotismo del siglo XVIII, yo llegué a creer que el erotismo era la fuerza revolucionaria principal de una cultura, de una época, y que a través del erotismo se podía transformar una sociedad tan profundamente como con una revolución política. Era una gran ingenuidad, pero siempre he creído que el erotismo de alguna manera expresa profundamente las limitaciones, las libertades, las represiones que vive una sociedad. Sí, el erotismo ha estado muy presente dentro de lo que es una literatura que ha tenido mucha fascinación siempre por lo que es la lucha contra las represiones, los prejuicios, contra esa deformación del ser humano por razones religiosas o ideológicas. Sí creo que la libertad se expresa también en la cama, que la cama es donde se manifiesta el grado de libertad que existe, igual que el grado de represión, de limitación de los instintos, de los deseos que expresa toda una sociedad.
P. Va
a cumplir 80 años.
R. No me lo recuerdes, por favor. ¡Si eres mi amigo, no
sé por qué me lo recuerdas! [risas].
P. Sí
es interesante constatar que no ha dejado de trabajar nunca.
R. ¡Ni voy a parar, ni voy a parar!
P. ¿Recuerda
que haya habido algún momento de bajón en su vida, una interrupción?
R. Sí, ha habido momentos de gran depresión que he
superado rápidamente y en gran parte gracias a mi vocación. Mi vocación es la
gran defensa que yo he tenido contra la desmoralización, la depresión. Hace
poco he visto en Nueva York la magnífica exposición sobre Hemingway. Es
impresionante comprobar cómo por un lado existe la cara pública de este
personaje, un aventurero, boxeaba, cazaba, pescaba, corría toda clase de
riesgos, daba la impresión de ser un hombre que vivía la vida en toda su
riqueza. Y en realidad te das cuenta de que era una fachada, que detrás de eso
había un hombre desgarrado, con depresiones, desmoralizaciones, que buscaba en
el alcohol una especie de salvación que no conseguía, que la lucha contra la
impotencia, contra la falta de memoria, fue un drama de los últimos 10 años de
su vida y que, al final, acaba matándose derrotado por esos demonios de los que
nunca pudo liberarse. En un momento dado, la literatura ya no le sirve, ya no
lo defiende, ya no lo redime. Yo espero que en mi caso nunca llegue ese
momento. Al mismo tiempo uno tiene que aceptar la muerte, no tiene sentido
rebelarse contra lo irremediable, pero es muy importante llegar vivo hasta el
final, no morirse en vida, es el espectáculo más triste que puede dar un ser
humano, perder las ilusiones, convertirse en un ser pasivo. Hay muchísimos
casos y no solo de escritores, pero es el espectáculo que siempre me ha
parecido más lamentable. A mí me gustaría llegar vivo hasta el final. Recuerdo
la madrugada en la que me dijeron que me habían dado el Premio Nobel de Literatura
porque inmediatamente pensé: “No voy a dejar que este premio me convierta en
una estatua, en una especie de figura de cartón piedra, voy a seguir vivo hasta
el final actuando y escribiendo con la misma libertad con la que escribía antes
de recibirlo”. Existe la idea de que el Premio Nobel te convierte en una
estatua y de que te mueres en vida, ¡pues no!, no ha ocurrido y espero que no
ocurra. Y espero que la muerte llegue como una especie de accidente…
P. Como
decía Alberti, mientras está conversando.
R. Eso es. Me parece la forma ideal de morir, con una
vida que hasta el final haya sido una vida intensa, espléndida.
P. En
1990 tuvo un incidente público importante, perdió las elecciones en Perú.
Entonces hizo unas declaraciones en la revista Paris Review que siempre me
llamaron la atención: “Me niego a admitir la posibilidad de que ya he dejado
atrás mis mejores años y no lo admitiré ni aunque me viera enfrentado a las
evidencias”. El periodista luego le pregunta por qué escribe y usted contesta:
“Escribo porque soy desdichado. Escribo porque es una manera de combatir la
desdicha”.
R. Es una gran injusticia decir que soy desdichado, la
vida ha sido muy generosa conmigo, me ha dado cosas maravillosas como, por
ejemplo, poder dedicarme a escribir, poder dedicar mi vida a lo que me gusta,
lo mejor que le puede pasar a una persona. He tenido muchísimas experiencias
maravillosas. No soy desdichado, lo que ocurre es que nadie que no sea un tonto
es feliz siempre, es imposible ser feliz siempre, pero creo que he vivido más
momentos de felicidad que momentos de dolor y de sufrimiento, sin ninguna duda.
Creo que estoy llegando a los 80 años en un estado realmente maravilloso de
vida, de vitalidad, abierto al mundo, viviendo experiencias riquísimas que me
rejuvenecen y que, sobre todo, me dan una gran fuerza para hacer proyectos como
si no hubiera límites. Es lo mejor que le puede ocurrir a una persona.
P. A
medida que ha pasado el tiempo, sus libros han ido siendo más luminosos y más
aventureros, tanto los de ficción como los de no ficción.
R. Quizá puedo vivir ahora más aventuras con la
imaginación, con la fantasía que en la realidad. Tengo ciertas limitaciones que
impone la edad, pero la verdad es que, a pesar de ello, procuro también no
quedarme inmóvil ni intelectual ni físicamente, es importante moverse, siempre
me estoy moviendo y voy a seguir moviéndome mientras pueda.
P. Quería
decir que en La ciudad y los perros, en La casa verde y sobre todo en
Conversación en La Catedral, Mario Vargas Llosa analiza o mira la realidad con
cierta melancolía, como se dice al principio de Conversación en La Catedral. Y
en esos libros hay como una lucha del autor por narrar por qué no le gusta la
realidad que ve. Sin embargo, luego ha estado en la Amazonía, en Congo, ha
buscado a Paul Gauguin, ha buscado en la aventura de otros también la aventura
propia.
R. Sí, eso es muy exacto, he buscado en la aventura de
otros la aventura propia, experiencias que desde luego me hubiera gustado
vivir. Muchos de los personajes históricos que aparecen en mis novelas son
personajes que de alguna manera me habría gustado encarnar, no solo buenos,
sino malos personajes también en lo que representa vivir un poco en los
límites, más allá de los límites, rompiendo los límites. Es un tipo de
personaje que siempre me ha fascinado en la literatura y desde luego en mis
propios personajes hay un eco de esa actitud. Pero la gran aventura de mi vida
ha sido la literatura, sin ninguna duda, no solo lo que he escrito, sino lo que
he leído. La lectura, experiencia fundamental para mí, me ha hecho vivir de una
manera maravillosa, y por eso veo con cierta angustia la posibilidad de que la
lectura pudiera ir, no desapareciendo, pero sí empobreciéndose cada vez más,
llegando a menos gente. La lectura ha sido una fuente tan rica de goce, de
placer, justamente de vivir las vidas intensas de la aventura, que se cegaría
una fuente fundamental de la vida si la lectura pasara a ser en el futuro una
actividad de minorías, de catacumbas.
P. Aquellos
libros primitivos tan densos y preocupados por la realidad, sobre todo
Conversación en La Catedral, La casa verde o La ciudad y los perros, ¿cómo le
dejaron como ser humano?, ¿cómo le hicieron como persona?
R. Son libros que me hicieron madurar mucho, entender
mejor el mundo en el que vivía. Esa es una de las funciones que tiene la
literatura; la que escribes y la que lees te sitúa mucho mejor en el mundo, no
digo que te dé seguridades porque a veces te da muchas incertidumbres, pero
creo que entiendo mucho mejor el mundo gracias a aquello que he leído y a
aquello que he escrito que antes de que leyera o escribiera ciertas cosas. Te
da una cierta perspectiva sobre la realidad, sobre la experiencia humana;
también sobre la vida política y la sociedad que no necesariamente se traduce
en conformismo, pero sí en una comprensión mayor, más cabal. Y quizá una menor
intransigencia que la que tienes cuando eres joven frente a esa cosa compleja,
diversa, que son las relaciones humanas. Espero que también se haya reflejado
en lo que escribo, es desde luego una actitud mía frente a la vida, soy menos
intolerante que cuando era joven, quizá porque veo que las cosas son menos
terribles desde el punto de vista social y político en mi propio país, en
América Latina, de lo que eran cuando yo era joven. Cuando era joven tenía la
sensación de que no había salida y esa desesperación está muy presente en La
ciudad y los perros; quizá en Conversación en La Catedral también hay un
pesimismo muy profundo que ya no tengo ahora. Cuando salí de Perú, en 1958, sí
lo tenía, quería escapar como de una especie de cárcel perpetua de la que si no
salía, jamás iba a ser un escritor, jamás iba a tener la posibilidad de la
felicidad. Esa actitud no la tengo ahora, ha habido y hay un progreso en Perú y
en América Latina, estamos muy lejos de alcanzar lo ideal, por supuesto, pero
sin ninguna duda ha habido un progreso, y creo que en el mundo también.
P. En
El pez en el agua se advierte esa melancolía cuya escritura coincide con el
momento en el que intentas ir a Perú y sin embargo…
R. …porque El pez en el agua es un libro testimonio de un
fracaso. Hubo una oportunidad, una movilización de muchísima gente para hacer
un gran esfuerzo de modernización del país, y fracasamos. Fracasamos en una
campaña electoral, pero eso no quiere decir nada, a la larga Perú ha avanzado.
Muchas de las ideas que defendimos quienes nos embarcamos en esa aventura del
Movimiento Libertad y el Frente Democrático han prosperado, si no exactamente
como nosotros lo proyectamos, sí poco a poco, han ido siendo aceptadas por la
propia sociedad, la sociedad se ha movido en esa dirección y ha habido
progresos indiscutibles, en Perú se vive mucho mejor hoy que en la época de la
dictadura. Lo que ocurre en Perú ocurre en la mayor parte de los países de
América Latina, sin engañarse respecto a los enormes problemas, pero es
preferible tener Gobiernos democráticos, aunque sean corruptos, que dictaduras,
que son también siempre corruptas y además más brutales y sanguinarias. Es
preferible ir avanzando poco a poco y renunciar a la idea de la utopía social
si la utopía social solo nos ha traído guerras civiles, represiones brutales y
Gobiernos dictatoriales. En todos esos sentidos hay un progreso en América
Latina y en el mundo, aunque han surgido enormes desafíos, enormes problemas.
Eso es la vida, la vida va a ser siempre eso y no va a cambiar. Y tenemos
también la literatura, que creo que es la mejor manera de mantener viva la
esperanza, el espíritu crítico, y un refugio maravilloso para cuando nos
sentimos solos, deprimidos, desmoralizados, derrotados. La literatura nos
redime, nos salva. Hay que defenderla para que no desaparezca.
P. En
muchos textos suyos se advierte una actitud bastante flaubertiana, referida a
su falta de talento, según usted, que ha tenido que luchar para hacer…
R. Es una más de las cosas que yo le debo a Flaubert, el
haber demostrado que si no tenías un talento natural, que si no nacías genio,
podías llegar a ser un buen escritor a base de perseverancia, de terquedad y de
esfuerzo. Es la gran lección de Madame Bovary, una novela escrita por un hombre
que al mismo tiempo que escribe va conquistando y construyendo milímetro a
milímetro su genio, con un esfuerzo gigantesco a base de voluntad, de
terquedad, de trabajo. Esa es la gran enseñanza. Era un gran pesimista, un
escéptico terrible, pero nos demostró que el genio se podía construir si no lo
tenías. Una lección absolutamente fundamental para mí.
P. Lo
cierto es que los primeros libros grandes también parecen un ejercicio de
estilo para demostrarse a usted mismo que lo puede hacer.
R. Un esfuerzo enorme. Siempre tengo la idea de la novela
total, la novela como una obra de arte en la que la cantidad es un factor
esencial de la calidad, y que mientras más niveles de realidad se expresan en
una novela, mayor es la posibilidad de que la novela sea mejor. Sí, he
trabajado muchísimo y creo que está muy presente a lo largo de todo lo que he
escrito, pero en literatura no hay reglas fijas y las excepciones son tan
importantes como las reglas. Puede haber una pequeña obra que simplemente
muestre un fragmento mínimo de realidad y que la muestre con tanto talento, con
tanta belleza e intensidad que esa obra sea una gran obra. La metamorfosis es
un libro absolutamente genial, o El viejo y el mar, y son pequeñas historias,
pero que tienen esa capacidad de simbolizar la condición humana, aquello que de
mejor hay en el ser humano. O también lo peor. Sí creo que la novela total es
un ideal, pero de ninguna manera el único ideal en literatura, hay pequeñas
obras maestras que lo son.
P. ¿De
veras a estas alturas sigue creyendo que no tiene talento?
R. No tengo talento natural, me cuesta trabajo escribir,
cada vez me cuesta más, supongo que porque el sentido autocrítico se ha
agudizado con los años y la práctica, pero me cuesta un trabajo enorme. El
practicar tantos años la literatura no me ha dado más facilidad, más seguridad,
en absoluto; cuando comienzo una historia tengo la misma inseguridad, esa
especie de indefensión que sentía cuando escribía mis primeros textos. Eso no
ha cambiado, felizmente, porque creo que ese esfuerzo te exige una convicción,
una pasión que ojalá nunca se me acabe. Para mí nunca ha sido algo mecánico
escribir, ni siquiera un texto pequeño ni los artículos que escribo, siempre me
vuelco de una manera íntegra, total, en lo que trabajo.
P. En
algunas de sus declaraciones y en textos escritos por usted hay una competencia
entre dos grandes libros suyos, Conversación en La Catedral y La guerra del fin
del mundo. A veces parece que entre los libros suyos que no quemaría estaría
Conversación en La catedral y otras veces La guerra del fin del mundo.
R. Son de los que más trabajo me ha costado escribir, muy
difíciles de escribir por distintas razones, por la historia, por dónde estaban
situadas, por el contenido histórico, me han costado un esfuerzo enorme. Es muy
difícil para un escritor decir qué libro de los suyos salvaría porque todos han
representado un periodo de vida, de dedicación, de entrega y de ilusiones, es
como pedirle a alguien que elija entre sus hijos a quién salvaría o mataría. No
puedes decidirlo con objetividad, es imposible; cuando cito esos libros es
simplemente por el esfuerzo que me costaron y el tiempo que les dediqué, lo que
no quiere decir que sean los mejores que he escrito, no necesariamente.
P. ¿Sería
legítimo pensar que el tiempo tanto como la realidad han afectado a esos
libros?
R. Cuando sale, Conversación en La Catedral tiene muy
pocos lectores, es la realidad; algunos críticos lo elogian, pero muchos no,
piensan que es excesivamente oscuro, difícil, que plantea demasiado esfuerzo al
lector. Sin embargo, la alegría que a mí me ha dado es que ha sido un libro que
ha ido conquistando lectores poco a poco y que es una novela que está viva
porque siempre se reedita, incluso los críticos tienen ya una opinión favorable.
Me alegro mucho, sin ninguna duda es uno de los libros que más trabajo me costó
escribir y en el que estuve trabajando al principio como a ciegas, sin saber
cómo iba a poder integrar toda esa materia anecdótica que tenía. Por eso digo
que si tengo que quedarme con uno, quizá me quedaría con él.
P. Podríamos
pensar que es un libro heredero de ese momento literario que hay alrededor de
su escritura.
R. Seguramente, los libros te reflejan también la época
en que se escriben. Hay un momento de idolatrías en América Latina, la de los
escritores latinoamericanos con las formas, precisamente para distinguirse de
los escritores anteriores que desdeñaban tanto la forma y pensaban que era el
tema lo que determinaba el éxito o fracaso de una historia. Mi generación
descubre que no, que es la forma lo que determina el éxito o fracaso de una
historia. Ese engolosinamiento con la forma, con el lenguaje, con la
estructura, la organización del tiempo de una historia, se refleja mucho en La
casa verde. De ninguna manera rechazo esa novela, pero es una novela en la que
creo que la forma es un personaje, un tema de la historia, y es el único caso
entre todas las cosas que he escrito del que se pueda decir eso.
P. ¿Cree
que uno no sale indemne de una gran novela? Una frase que no sé si es suya o de
Hemingway.
R. No sé si es mía, ojalá lo fuera, me parece muy bonita,
es la pura verdad. Creo que uno no sale indemne de una novela. Leer El Quijote,
Los miserables, Guerra y paz, Madame Bovary te transforma… Han sido
experiencias absolutamente fundamentales. Antes seguramente haber leído La
condición humana, de Malraux, un libro que creo está muy injustamente descuidado,
considerado más bien menor, creo que es una de las grandes novelas del siglo
XX, la he leído varias veces. Y no solo novelas, he leído libros de crítica;
ensayos como La estación de Finlandia, de Edmund Wilson, lo he leído dos o tres
veces y creo que me ha marcado enormemente por la extraordinaria vitalidad que
tiene. Es un ensayo sobre cómo nace la idea socialista, en qué se transforma,
qué fenómenos sociales y culturales genera. Es un libro en el que las ideas son
como personajes, seres de carne y hueso que viven aventuras, tienen efectos
sociales, políticos, maravillosamente escrito. Me ha marcado mucho. También
ciertos ensayos de Bataille, como La literatura y el mal, un libro que leí en
estado de trance porque me reveló un aspecto de la literatura que yo creo que
existe y que Bataille vio maravillosamente: que en la literatura se expresa
algo que solo se puede expresar en la literatura. Él decía que esos fondos
reprimidos que permiten la vida en sociedad, todo aquello que si tuviera
derecho de ciudad provocaría hecatombes, catástrofes, haría que nos matáramos
todos, ciertos instintos, deseos que están ahí y no podemos erradicar sumidos
en el fondo de nuestra personalidad, encuentran en la literatura un camino
privilegiado para expresarse. Me pareció tan absolutamente exacto que estoy
seguro de que ese ensayo me ha enriquecido, se debe expresar en lo que escribo
aunque yo mismo no sea consciente de cómo.
P. Durante
sus primeros escritos sobre sus influencias literarias ha ido nombrando siempre
a los mismos, Faulkner, John Dos Passos…
R. …sería muy injusto que no los nombrara.
P. Quiero decir que ha sido muy consistente, incluso
Sartre, al que abandonó, pero que sigue estando ahí. ¿Se ha diluido ya toda esa
influencia y ahora hay un estilo Vargas Llosa? ¿Se siente el titular de un
estilo?
R. No, en absoluto, y si lo tuviera, no podría darme
cuenta de en qué consiste. Borges dice que cuando te miras en el espejo no
sabes cómo es tu cara. Es muy exacto, cuando escribes no sabes cómo escribes,
lo sienten los lectores, los críticos, pueden establecer diferencias,
similitudes, pero uno mismo es totalmente incapaz de hacerlo. No podría juzgar
mi obra en comparación con otros, no tengo distancia con mi obra, mi obra es lo
que yo soy y yo no sé exactamente cómo soy.
P. ¿Cree que ya ha hecho lo que tenía que hacer?
R. No. Todavía no, y espero seguir haciéndolo [risas],
espero que mi mejor libro sea el próximo que escriba, que no esté atrás, sino
por delante, que sea un desafío y que la muerte me pesque escribiendo mi mejor
libro. Ese es mi gran sueño.
P. Ha
escrito un libro fundamental, El pez en el agua. Las dos situaciones que
describe en ese libro, su juventud y su aspiración a ser presidente de Perú,
terminan de la misma manera, en un viaje a París. Ahora ha cambiado de vida, ha
terminado un libro, ha muerto una de sus grandes amigas, Carmen Balcells…
R. … y no solamente amiga, una persona que ha sido
fundamental en mi trabajo y en mi vocación. Ha sido fundamental en la vida
cultural y literaria de mi lengua, de España y de América Latina, y a la que
estoy seguro de que en un futuro tendremos que rendirle muchos homenajes.
P. Termino.
¿Siente como que está en medio o a punto de uno de esos viajes que narraba en
El pez en el agua?
R. Pues estoy viajando, creo que el viaje ya lo he
emprendido, lo estoy haciendo, mi vida privada ha sufrido una especie de
transformación muy profunda, soy inmensamente feliz porque es una experiencia
que me ha enriquecido extraordinariamente y lo único que lamento es que la
felicidad se consiga muchas veces causando infelicidad a tu alrededor. Desde
luego que eso lo lamento muchísimo, pero me siento muy ilusionado, realmente
muy rejuvenecido, y tengo mucha esperanza de que en el futuro esto tenga un
efecto no solo en mi vida privada, sino también, y fundamentalmente, en mi
trabajo de escritor.
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