sábado, 9 de octubre de 2010

HONORIS CAUSA A UN SANMARQUINO UNIVERSAL

Discurso del Dr. Marco Martos Carrera, Presidente de la Academia Peruana de la Lengua y Decano de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.- (17 de Abril 2001)

Estricta justicia a su obra literaria
La Universidad Nacional Mayor de San Marcos hace hoy un alto en sus labores habituales para incorporar como Doctor Honoris Causa a Mario Vargas Llosa, uno de sus más conspicuos ex alumnos, y al hacerlo cumple un acto de estricta justicia poética que honra tanto al ilustre escritor como al propio claustro.
Desde el momento mismo que el Perú existe como país o como posibilidad, ha ofrecido al mundo destacadas individualidades que nos representan bien en los distintos campos de las ciencias y las letras. No es azar que los más notables entre ellos estén vinculados a San Marcos. Nombres como los de Alcides Carrión en medicina, julio C. Tello en arqueología, o Raúl Porras en historia, han saltado los estrechos círculos de los especialistas y se han convertido en patrimonio común para todos los peruanos. Así ocurre con Mario Vargas Llosa.

Dentro de las distintas actividades del ser humano, la literatura es un territorio particularmente privilegiado. Como cualquier otra actividad, exige, a quienes se entregan a ella, disciplina y talento. Conocer los secretos de su elaboración cabal, despiadada y avasalladora, seduce a quienes se aficionan de verdad a su creación, los hace, al mismo tiempo, más libres como ciudadanos y más dependientes como orífices de una tarea ímproba que no termina sino cuando fina la propia vida. Esos códigos de elaboración de la materia literaria son milenarios y están en constante reelaboración. Las técnicas que utiliza un dramaturgo para escribir una pieza hoy día, se parecen y se diferencian de las que utilizó Sófocles cuando pergeñó el Edipo rey hace dos mil quinientos años. Pero si la literatura exige mucho a quienes la cultivan, se abre con alguna facilidad a una gran proporción de la humanidad porque se conecta de modo claro con la vida de todos los hombres, con sus necesidades básicas principalmente, con sus sueños.

En el Perú tenemos un manojo de escritores que han expresado en su literatura las porciones de la realidad vivida o imaginada que mejor conocían y que haciéndolo tocaban no solamente las fibras más íntimas del ser de los peruanos, sino que, al mismo tiempo, expresaban realidades y sueños de los hombres de cualquier latitud. Cuando decimos Inca Garcilaso de la Vega, Picardo Palma, Manuel González Prada, César Vallejo, José María Arguedas, estamos simultáneamente señalando la región y el país que los vieron nacer y los formaron, rendimos homenaje también a la lengua castellana, esa otra patria en la que nos reconocemos, y también a esa capacidad hermosa de llegar a todos los rincones de la tierra a través de la palabra escrita. Esas mismas calidades, hoy, San Marcos, en este claustro pleno, se las reconoce a Mario Vargas Llosa. Verdad es que el mundo entero lo ha hecho ya desde hace décadas, pero tiene un sentido simbólico que la casa de estudios donde se formó, que infelizmente muchas veces ha sido una federación de facultades, se junte en un solo haz como anunciando un tiempo nuevo, y exprese en forma unánime este sentimiento compartido por profesores, alumnos y trabajadores.

La formación de los escritores que consiguen con el paso del tiempo características excepcionales que los hacen no solamente los mejores portadores del aire de su tiempo, sino que ingresan al canon literario convertidos en clásicos, siempre provoca curiosidad y controversia, como si la dilucidación de esos detalles biográfico-literarios, pudiera ofrecernos claves para comprender el origen de una vocación arraigada. Quienes nos consideramos fanáticos de la literatura sabemos bien que no es así, que ni siquiera un estudioso de la mente como Sigmund Freud, que tanta importancia dio a los años de la infancia en la vida de los individuos, pudo llegar a conclusiones válidas sobre el origen del talento científico o artístico. Una conclusión modesta es que hay personas que consiguen mejores logros y que sus biografías no se diferencian mucho de las biografías de otros. De todas maneras, los padres, la familia nuclear, la familia extensiva, el país, la lengua, dejan marcas nítidas en el trabajo de quienes son excepcionales. Ellos saben, de un modo intuitivo, y no siempre saben explicarlo, cómo amalgamar sus circunstancias personales para llevar una vida que les permite ofrecer productos notables en la ciencia o en el arte. Mario Vargas Llosa, en esa especie de autobiografía que es El pez en el agua (1993) ha señalado no solamente las complejas relaciones con su propio padre, sino también la importancia que tuvieron en su formación numerosas figuras paternas, sus profesores, desde Carlos Robles Rázuri, el profesor de lengua y literatura del colegio San Miguel de Piura, pequeño, magro, atildado, castizo, testigo directo de la producción de la primera obra literaria pública del que luego sería afamado novelista, la obra dramática La huida del inca que se estrenó en el teatro Municipal de Piura, hasta sus profesores universitarios, Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez, Jorge Puccinelli y Augusto Tamayo Vargas, vinculados de modo entrañable a la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En la soledad de las bibliotecas, William Faulkner, y lejos, gracias a una beca fugaz, en el primer viaje a Francia, la búsqueda de Jean Paul Sartre, el célebre autor de La náusea, el modelo literario de Vargas Llosa en esos años, y el encuentro con Albert Camus, en la puerta de un teatro. Es difícil transmitir a otros, lo que siente un escritor en cierne cuando conoce a un monstruo de la literatura como el escritor argelino de madre española, con el que Vargas Llosa pudo conversar fluidamente. Es lo mismo que hoy puede experimentar un joven que comienza, hablando con Vargas Llosa en una noche como ésta. Y refiriéndose a presencias raigales, puede decirse que en toda la literatura de Vargas Llosa, junto a una originalidad que nadie discute y que muchos alaban, conviven como sombras benéficas, Sartre y Camus, amigos y antagonistas en la literatura, la política y la vida. En esos años de formación, los amigos más cercanos, Luis Loayza, Abelardo Oquendo, Félix Arias Schereiber, Javier Silva Ruete, cumplieron el papel fraterno y entrañable de quienes emprenden juntos aventuras literarias como la redacción de la revista Literatura en 1958, Loayza y Oquendo, o la militancia política, Arias Scherciber, o una complicidad diaria forjada en el colegio San Miguel de Piura, Silva Ruete.

¿Qué le dio San Marcos a Vargas Llosa? Nadie mejor que él mismo para señalarlo. Podemos, sí, precisar en general lo que ofrece a quienes se acercan a sus claustros. Desde su fundación la universidad fue el lugar intelectual por excelencia del país. Vinculada inicialmente a la teología fue el escenario de inacabables discusiones y disputas entre los miembros de las diferentes órdenes religiosas ansiosas de graduar a los suyos y de dificultar a los adversarios ese mismo derecho. Pero poco a poco fue mostrando el perfil que hasta hoy la caracteriza: un lugar de encuentro de todos los sectores sociales, un espacio de libertad que estimula los logros individuales.

De manera particular, durante el siglo XX, San Marcos ha sido un bastión de rebeldía contra toda forma de imposición, un lugar de debates científicos y políticos, un espacio propicio para las amistades definitivas. Quienes conocen y han vivido dentro de otras instituciones universitarias del Perú y un día llegan a San Marcos, experimentan asombro. Es el humus de la libertad que circula por los claustros, la posibilidad real de alternar que tienen personas de distintas generaciones, lo que encandila y seduce, la seguridad que se adquiere pronto, de que la universidad será un ambiente propicio para nuestros proyectos personales; más tarde nos damos cuenta de que realizando nuestros sueños, tenemos la opción plena de devolver algo a la institución que nos ha formado. Para hablar sólo de escritores, durante el siglo XX han sido sanmarquinos Abraham Valdelomar, César Vallejo, quien estudió medicina y letras, Martín Adán, José María Arguedas, Emilio Adolfo Westphalen, Blanca Varela, Carlos Germán Belli, Pablo Guevara, Wáshington Delgado, Leopoldo Chariarse, Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza.

Para Mario Vargas Llosa, el correlato literario de sus años efervescentes de estudiante de la Universidad de San Marcos, es la novela Conversación en la Catedral de 1969, calificada por la crítica como la más ambiciosa y la más compleja de las obras de su autor, su más perfecta "novela total" donde pululan más de un centenar de personajes, ciento veinte exactamente, según el recuento de Rosa Boldori, que es un gigantesco fresco que abarca la época de la dictadura del general Manuel Odría desde 1948 hasta 1956. Balzac había dicho, y Vargas Llosa le toma la palabra, que la novela es la historia privada de las naciones. La historia sus obligaciones (sesiones de firma, entrevistas televisadas) y sus recompensas (los premios). Dice también Lefort que con la pluma en la mano Vargas Llosa se transforma en una soberbia máquina narrativa que obedece a dos principios: el realismo de la ficción y el sacrificio de cualquier otro criterio que no sea el de la solidez del hilo narrativo, el mismo que atraviesa las situaciones más diversas y los puntos de vista más opuestos. Lo real es el terreno y el humus en el que se describe la historia contada y el relato se desarrolla por lo general, mediante un impresionante virtuosismo en el dibujo de los episodios como en El hablador de 1986, en el trenzamiento de las intrigas como en Lituma en los Andes de 1993, e incluso en el contrapunto gramatical como ocurre en Los cachorros de 1967.

Pareciéndonos verdaderas, las opiniones de Lefort necesitan matizarse y comentarse. El empleo regular del tiempo en largas sesiones de escritura ha sido siempre una característica de los escritores más destacados, desde Ovidio y Dante, hasta Balzac y Proust, Tolstoi y Dostoievski. Las obligaciones concomitantes que exige la industria editorial contemporánea, son asumidas de distinta manera por los escritores. Por su conducta parece ser que Vargas Llosa las asume con menos incomodidades que otros colegas suyos. En todo caso, la disciplina con que emprende su tarea, puede que desde fuera se semeje al trabajo de una máquina, pero la afirmación hay que tomarla como un grano de sal porque felizmente todavía no hemos llegado a la situación en que las maquinas produzcan excelentes relatos. La afirmación desconoce, por otro lado, la pasión, el sufrimiento, la incertidumbre, el combate, que significa diariamente, la página en blanco para el escritor de raza. No, definitivamente no. Vargas Llosa no es una máquina de escribir novelas. Desde el punto de vista formal, pareciera que estuvo interesado desde muy joven en la vocación del escritor y ésa es una de las claves de su desarrollo literario posterior. Elegir la inclinación literaria de Rubén Darío como tema de tesis de bachiller en nuestra universidad es un primer indicio de adonde apuntaba. A fines del siglo XIX Rubén Darío se convirtió en el escritor más visible de la renovación literaria en América Latina. Innovador, principalmente en poesía, fue también dueño de una prosa bien labrada, como puede verificarse leyendo sus cuentos en el libro Azul o su texto de retratos literarios Los raros Darío fue en su época un escritos que aspiraba a la totalidad, como César Vallejo, década más tarde.

Vallejo, un poeta que es orgullo de la lengua castellana, fue cuentista, novelista, dramaturgo, ensayista, periodista. De parecida manera Mario Vargas Llosa, novelista destacadísimo, ha cultivado casi todos los géneros, parcelas técnicas que los críticos y metodólogos ofrecen a los escritores para mejor clasificarlos. Empezó, como es sabido, como dramaturgo, con la pieza muchas veces citada y nunca leída. La huida del inca y se ha mantenido fiel a ese modo directo de comunicación con el público a través de obras como La señorita de Tacna de 1981 o Kaibie y el hipopótamo de 1984 o La Chunga de 1986. Recientemente Luis Peirano ha dicho que Mario Vargas Llosa es un, joven autor de teatro, joven y experimentado podríamos añadir quienes amamos las tablas y apreciamos sus logros escénicos. La cercanía de Mario Vargas Llosa con la poesía también es demostrable y puede documentarse tempranamente, pues para la revista Literatura, tradujo con Luis Loayza dos poemas de Robert Desnos y escribió un artículo sobre César Moro. Más tarde, en 1966, cuando recibió el premio Rómulo Gallegos en Caracas, hizo referencias muy precisas a Carlos Oquendo de Amat, el límpido poeta puneño, y en 1989 publicó una traducción de Un coeur sous une soutane, Un corazón debajo de una sotana de Arthur Rimbaud. A través de citas en sus libros, o de artículos y ensayos, Mario Vargas Llosa ha señalado su aprecio especial por la poesía de Carlos Germán Belli. ¿En esta enumeración se agotan las relaciones de Vargas Llosa con la poesía? De ningún modo. Es cierto que no es un poeta en el sentido más estricto y canónico, pero ha logrado en la prosa efectos que no pueden sino llamarse poéticos y que están alejados de esa edulcorada prosa poética que resulta poco menos que detestable para el gusto contemporáneo. La economía del lenguaje, por ejemplo, es una virtud que atribuimos a la poesía, la rapidez y la transparencia de la dicción, la facilidad para describir con trazos rápidos situaciones para pasar a otras igualmente interesantes es característica de la vieja épica que hereda la mejor novela. Basta recordar el caso de Alonso de Ercilla en La araucana. La prosa de Vargas Llosa es dinámica, como un sostenido poema. Según Lefort, el dinamismo de la narración induce a la imagen de la doble espiral de la molécula de ADN, otorgándole así, la representación genética que le conviene. Si las fantasías de] escritor --continúa- corresponden a zonas ocultas de su personalidad, resulta claro que la aplicación de recursos estéticos que gobiernan su creación novelística proviene de una clara conciencia y de un brillante ingenio según un arte de esencia plástica.

Lo mejor que puede decirse de los ensayos de Mario Vargas Llosa es que se leen como novelas. Los profesores de literatura de San Marcos y los de cualquier universidad del mundo, se lo agradecemos. Pocos estudiosos hay que tengan una prosa tan cautivante, fluida y amena. De modo particular, conviene señalar el fulgor de La orgía perpetua, el libro que sobre Gustave Flaubert y Madame Bovary escribi6 en 1975 o el conjunto de ensayos La verdad de las mentiras de 1990 o Las cartas a un novelista de 1997.

Otra rama de la comunicación despertó un temprano interés en Mario Vargas Llosa. Como no cabía de otro modo, convirtió el periodismo en literatura. La relación de los escritores con el periodismo es azarosa. Hay algunos que le temen como a la peste, hay otros que lo frecuentan a escondidas, casi con vergüenza, y por fin, los hay quienes consideran que el periodismo es una escuela a la que hay que acudir un tiempo para luego abandonar. Este último caso es el de Hemingway. Vargas Llosa pertenece a un cuarto grupo, al de los periodistas de raza como Abrabam Valdelomar a principios del siglo XX, como Federico More, como Sebastiàn Salazar Bondy o como Carlos Ney Barrionuevo. Grupo privilegiado que da dignidad a la prosa rápida, que no encuentra razones para escribir cuartillas desmañadas. Esta relación de vasos comunicantes entre literatura y periodismo, tiene además, en la escritura de Vargas Llosa, otro componente, otra presencia, la del cine. Ese vértigo prodigioso de sus diálogos, llenos de contra-puntos, que apreciamos en casi todas sus novelas y que vuelve a aparecer de un modo nítido en La fiesta del chívo, la última de las novelas publicadas, tiene mucho de la novela verdad que cultivó Truman Capote. En esa elección, Vargas Llosa va con los tiempos.

La prosa periodística de Vargas Llosa, desde sus años juveniles, cuando era colaborador del diario "La industria" de Piura, hasta hoy día que figura como columnista de numerosos periódicos en muchas capitales del mundo, ha ido evolucionando, adquiriendo más consistencia y densidad. La gama de sus intereses se ha ido haciendo más variada, pero así mismo tiene constancias, que junto con las virtudes de la escritura que le son características, le confieren un permanente interés que continúa "contra viento y marea", título de una colección de sus artículos periodísticos. Y esas constancias son éticas y cívicas que pueden resumirse en una frase: la búsqueda del bien común de la sociedad contemporánea. Como Goethe, como Terencio, para Vargas Llosa, nada de lo humano le es ajeno.
Dwigth McDonald, hacia 1930, hizo la distinción, hoy clásica, entre cultura de vanguardia o alta cultura, cultura media y cultura de masas. En pocas palabras, la primera tiene su origen en el renacimiento y es la que produce las innovaciones artísticas y proyecta una sombra sobre el arte posterior, lo influye y lo vivifica.

La cultura media constituye una parodia, una falsificación; tiene, en el caso de la literatura, un lenguaje intencionalmente artificioso tendente al lirismo, una intención demasiado explícita de presentar personajes "universales", pero de una universalidad alegórica y manierista. La cultura de masas difunde productos de nivel ínfimo y de nulo valor estético. Umberto Eco, según la entrelínea de lo que escribe en su libro Apocalípticos e integrados, considera hasta cierto punto más dañino para el consumidor de productos culturales a la cultura media. La cultura de masas, en la que estamos inmersos, paradójicamente permite la difusión de algunos productos de primera calidad, que pertenecen a la cultura alta, a la vanguardia. Y eso es lo que ocurre con las columnas periodísticas de Mario Vargas Llosa.

Esa alta cultura que nace con el Renacimiento y que llega hasta nosotros, genera en cada época y en cada circunstancia a un tipo especial de artista que no solamente consagra toda su vida a convertirse en un virtuoso de su arte, sino que participa activamente de la vida de su comunidad. Si el ideal renacentista era el cortesano tal como lo pintó Baltazar de Castiglione, el individuo que ora tomaba la pluma, ora tomaba la espadaora dondoneaba la vihuela, ora conversaba con las damas, el ideal contemporáneo es el de un artista que no descuida sus deberes cívicos de ciudadano.
Los méritos literarios de Mario Vargas Llosa que con trazo rápido se han señalado en esta exposición, serían razón suficiente para concederle el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pero queda todavía señalar otro merecimiento tan valioso como los anteriores: el coraje cívico, la capacidad de ver claro en estos años sombríos para la sociedad peruana, el deber autoimpuesto de difundir a través de columnas periodísticas, de declaraciones y conferencias, la naturaleza perversa y nefasta de un régimen político basado en conductas reprobables sistemáticamente organizadas. Y lo más importante es que no se trata de una actitud coyuntural, en favor de una bandería determinada, sino de una constante ética que tiene que ver con la educación familiar, la formación universitaria y las opciones de vida tomadas desde la juventud. Mario Vargas Llosa es uno de los oficiantes de la catarsis profunda que empieza a vivir el Perú. Se lo agradecemos de todo corazón.

Este es el momento justo para reconocerlo desde nuestra casa de estudios. San Marcos ha sido y es, incluso en sus momentos más complejos, un nido de inquietudes, una plaza de victorias, como escribió el poeta Juan Gonzalo Rose. Y así como el país entero vive una expectativa democrática, San Marcos más que una historia de la que nos enorgullecemos leyendo las páginas de Luis Antonio Eguiguren o las que ahora pergeña Miguel Maticorena, más que por la calidad de sus alumnos y profesores, imposible de negar, incluso por los profesionales de la diatriba, mas que un presente que necesitáramos conservar, es una víspera, una flecha lanzada al porvenir de miles y miles de esperanzas. Somos esa flecha, como Moisés con los suyos en el desierto, buscamos la tierra prometida, encontramos satisfacción en esa lucha, en ese combate, viajamos como Ulises, nos intemamos en lo desconocido.

Queremos, sí, que nuestro futuro sea construido en democracia, que nadie silencie la voz de los estudiantes, pero que nadie silencie tampoco la voz de los profesores y trabajadores, que la indispensable búsqueda de consensos para ir fijando en cada caso el bien común, no dificulte el funcionamiento diario de la universidad; que el claustro sea un lugar de confrontación de ideas, de exposición de programas, de investigación en todas las disciplinas que cultiva la institución, que San Marcos refuerce su condición de vanguardia intelectual del país. Para que todo esto ocurra, necesitamos de muchos esfuerzos, empezando por los que pongamos profesores, estudiantes y trabajadores, pero necesitamos también de la comprensión del conjunto de la sociedad y de los organismos del Estado que tienen que variar radicalmente su política frente a la universidad pública. No queremos un país exclusivamente exportador de materias primas. ¿Dónde si no en la universidad puede hacerse investigación básica? ¿Qué universidad aparte de San Marcos puede abarcar investigaciones en tantas ramas, tales como Medicina, Física, Química, Veterinaria?
Dr. Mario Vargas Llosa, los profesores, alumnos y trabajadores de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en especial los de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, sentimos íntimo regocijo en este día en que usted ha aceptado recibir esta distinción de la Universidad, nos sentimos reconfortados con su presencia, anhelamos que en otras ocasiones en las que se encuentre en Lima, venga a nuestro auditorio y a nuestros salones de clase para dirigir su palabra amigable a nuestros estudiantes y profesores.

Hablando de dos ilustres escritores, Franz Kafka y Samuel Beckett, Harold Bloom señalaba que son portadores de algo indestructible, algo que permite seguir adelante, cuando ya no se puede seguir adelante. Eso indestructible, agregamos, que los lectores de Beckett o de Kalka saben descubrir en la densidad o en la ligereza aparente de sus escritos, reside también en todos los seres humanos, como una esperanza o una búsqueda. De la misma manera, la voluntad de durar, de ser mejores, es trasladada por los hombres a sus instituciones. Permanecer en el tiempo es un mérito no desdeñable. Esa virtud la tiene la Universidad de San Marcos. De la misma manera, la acendrada vocación literaria, humanística, ética, de Mario Vargas Llosa, ha permanecido inalterable a lo largo de décadas, y en una noche como ésta no hemos hecho sino remarcarla, ponerla en el primer plano de la atención pública.
Por lo dicho hasta aquí, y por lo que queda tácito, en este momento de reencuentro entre un gran escritor y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos que lo formó, solicito a usted Señor Rector, tenga a bien imponer la insignia al Señor Doctor Mario Vargas Llosa, y entregarle el Diploma que lo acredita como DOCTOR HONORIS CAUSA de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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