sábado, 9 de octubre de 2010

PIURA, VARGAS LLOSA Y LA INAGOTABLE PASIÓN


Por: Miguel Godos Curay

López Albújar no tiene piedad al hablar de los piuranos consumidos en su provinciana y soporífera modorra. Piura no está hecha para los raptos revolucionarios y los malabares ideológicos aquí pegan bien la sarna y la siesta. Roque Carrión sostiene que los huecos que abundan por las aceras de Piura son los mismos que contaba con religioso ritual al salir del Salesiano. En 1946 Piura vivía el optimismo de la prosperidad algodonera y el Prefecto don Pedro Llosa Bustamante disfrutaba de los repentinos temporales de tranquilidad política. Por aquel entonces, apristas y partidarios de la Unión Revolucionaria de Sánchez Cerro, convictos y confesos se disputaban las plazas.

En este ambiente provinciano llega Mario Vargas Llosa en 1946 para culminar la primaria en el Salesiano en cuyas aulas conoce a Javier Silva Ruete, los mellizos Checa, los Hilbeck, los Romero, los Artaza y Seminario. Los colegiales acudían puntualmente a sus clases y posteriormente a la salida se solazaban en mataperradas innumerables en las orillas del río y fundos vecinos. Tal como refiere Vargas Llosa los aplicados colegiales se tomaban sus licencias como repetir palabras impronunciables y liquidar todas las historias vinculadas a los vuelos de la cigüeña.

En Piura los “churres” eran producto de la gimnasia humana y la urgencia fisiológica. Un tópico vargallosiano es el descubrimiento de la sexualidad adolescente. La doble moral, muy piurana, salta del pecado mortal y la condenación del infierno al arrepentimiento piadoso. Finalizado el colegio Vargas Llosa retorna a Lima. Tras un accidentado tránsito por el Colegio Militar Leoncio Prado retorna en 1952 para culminar el quinto de secundaria en el Colegio San Miguel. Mario ya se ha curtido en la redacción de La Crónica. En Piura es acogido por don Miguel Cerro en La Industria. Posteriormente continuará bajo la dirección de Pedro del Pino Fajardo, un bohemio y fogueado periodista casado con una nieta de Ricardo Palma.

En La Industria comparte impresiones con Néstor Martos, Luis Ginocchio y Owen Castillo. San Miguel es ocasión para entusiasmos literarios. Aquí estimulado por Carlos Robles Rázuri y con la anuencia del doctor Luis Marroquín director del San Miguel puso en escena “La Huída del Inca” con la participación de los hermanos Raygada, Juan León, Ruth y Lira Rojas, Yolanda Vilela y Walter Palacios. El debut previsto para el 17 de Julio de 1952 fue anunciado en las páginas de El Tiempo y La Industria. Javier Silva Ruete perifoneó por las calles lo que denominó “el acontecimiento del siglo”. Esta segunda estancia piurana fue decisiva para Vargas Llosa. La curiosidad juvenil se expandía hasta las quinchas de “La Casa Verde” el memorable prostíbulo ubicado entre Tacalá y Catacaos en donde con democrático igualamiento se derribaba la distancia social entre los piuranos.
“La Casa Verde” no sólo provocaba los sermones admonitorios de condena del Padre Jesús Santos García sino incontenibles pasiones juveniles. En “La Casa Verde” entre secos de cabrito, trovadores empedernidos y un legión de parroquianos dispuestos al trato carnal Vargas Llosa trazó las coordenadas de una de sus mejores novelas. Piura también aparece en los personajes de “La Chunga” y en ¿Quién mató a Palomino Molero? Cuya trama fue urdida sobre el asesinato no resuelto del avionero José Abad cuyo cuerpo torturado fue abandonado entre los chopos de las inmediaciones de la base militar. En última visita a Talara, gracias a la gentileza de Petroperu me dijeron que los familiares aún conservan recortes de las páginas de Corrreo.

Gracias a Vargas Llosa son universales los tradicionales barrios “La Mangachería” y “La Gallinacera” que polarizan los estratos sociales predominantes de una Piura cuya economía estaba sostenida en la economía de la hacienda. El “oro blanco”, el algodón pima piurano era muy bien cotizado en los abatidos mercados internacionales de la post guerra. Refiere Miguel Gutiérrez que por aquel entonces en la Plaza de Armas los soldaditos se contentaban con contemplar de lejos los apetecidos frutos de las bíblicas familias piuranas. La bonanza duró poco porque la burguesía se encandiló en el espejismo de una existencia muelle transcurrida entre los wiskys del Centro Piurano y los veranos estridentes en Yacila y Colán.

La Piura de Vargas Llosa con autos último modelo, wiskys, cinematógrafos y excursiones a La Casa Verde es hoy un espejismo. Los ricos de ayer han empobrecido. Formas salvajes de acumulación como el narcotráfico y la emergencia del placer han trastornado la economía. Las industrias sostenidas en el algodón languidecen. Hoy la bonanza agrícola está en las plantaciones de mango y uva. Un estudio de ordenamiento del suelo realizado por el profesor Clarence Minkel de la Universidad de Tennesse revela indicadores dramáticos: las industrias de Piura agonizan. La prosperidad comercial recién ha empezado. Piura con 800 mil habitantes tiene no más de cien industrias. A contrapelo crecen la informalidad y los tugurios. La Piura del reencuentro de Mario Vargas Llosa es otra. El lugar donde vivía es hoy el chifa Cantón. Piura es otra sin médanos, sin hatos de cabras alucinadas y piajenos recorriendo las calles hoy reemplazados por los ruidosos mototaxis pero con los mismos pecados.

La Universidad Nacional de Piura por decisión unánime le confirió el Doctorado Honoris Causa como reconocimiento a su fecunda actividad literaria y a una vocación irreductible de defensa de la libertad de expresión. En aquella ocasión jóvenes estudiantes de la Escuela de Comunicación en memorable diálogo premonitoriamente le dijeron: “Doctor Vargas Llosa nosotros hemos firmado el pedido de los universitarios del Perú para que se le otorgue el Premio Nobel de la Literatura”. Vargas Llosa sonrió mientas los estudiantes lo aplaudían rabiosamente. Era el 17 de diciembre de 2002.


La literatura es para Vargas Llosa una pasión, es la vida misma. Vargas Llosa pertenece a esa especie humana de criaturas prodigiosas que tienen tinta en las venas y como un cuchillo entre los dientes el don de la palabra. Piura es para el escritor motivo de inspiración. Una especie de isla en la que quedaron sumergidas las vivencias de una infancia en retirada y una juventud plena de inquietudes, urgencias y pasiones.

Piura ha marcado a fuego la vida de Vargas Llosa como ese sol rubio e intenso que provoca el suicidio de las iguanas al filo de las carreteras. Esa Piura ausente y en retirada es la que guarda en su memoria el escritor. Es la misma Piura evocada con sonora carcajada por Alfredo Bryce. Piura calurosa en donde hay que matar la sed con potitos de chicha y añoranzas playeras de Colán. Miguel Gutiérrez describe el paisaje urbano en el que agonizan las casonas y el esperpento de una publicidad incontrolada que nos obliga a pellizcarnos la carne y recordar que se nos va la tierra. Intimo fue el reencuentro, por ello profundamente humano, noble, entrañable y reconfortante. En la cartografía de los afectos como bien señala Pascal el corazón tiene razones que la propia razón no entiende.

Fue en Junio de 1987 cuando llegó Vargas Llosa a Piura liderando la campaña cívica contra la estatización de la banca. El mitin concurrido y sonoro se realizó en el frontis de la Catedral de Piura. Mario Vargas, no acostumbrado a estos menesteres había preparado en metódicas fichas un emotivo discurso en donde desfilaban por el esfuerzo de evocación los viejos amigos, el paisaje, la transitoria presencia en el Salesiano y el centenario San Miguel. No se si por la euforia del momento tras la firme y contundente posición frente a las pretensiones estatistas las fichas se perdieron. Una copia de este original documento me alcanzó Guido Ayala que conservaba como inapreciable tesoro. Las originales con la caligrafía del escritor las guarda como una valiosa reliquia Armando “Ñato” Burneo.

He tenido la ocasión de entrevistar a Vargas Llosa en varias ocasiones. Una sobre el tema siempre exquisito de los orígenes de la marinera y el tondero piurano en los frescos ambientes del Club Grau. Otras sobre la presencia de Piura en su producción literaria y la defensa de la libre expresión. Alguna vez escuché de primera fuente el testimonio de Carlos Robles Rázuri sobre el escritor. Piura tiene una significación extraordinaria en la vida de Vargas Llosa. En Piura estuvo en el año 1946 para acabar el quinto de primaria en las aulas del Salesiano y en donde descubrió que Piura es otro país en donde los churres disfrutan con desenfado del verbo florido y la contemplación gozosa de los piajenos en plena fornicación. Otra es la lectura piurana de Miguel Gutiérrez. A ambos ha marcado a fuego la vida colegial y los arrebatos piuranos de reprimida virilidad. Son recuerdos indelebles. Atados a la existencia de una vida rural extasiada en la contemplación del río y la frágil prosperidad de las haciendas.

Sinesio López, recuerda que los hacendados ricachones recorrían las extensiones de sus fundos en avioneta y para consolar su deleznable piedad ayudaban con sus contribuciones a la Iglesia y el Seminario Diocesano. Pero el piurano tiene una personalidad controvertida enciende una vela a Dios y otra al diablo. Es piadoso de gestos conmovedores pero al mismo tiempo se “florece” en los menjurjes supersticiosos y brujeriles de las Huaringas. El abuelo bíblico, don Pedro Llosa Bustamante, era Prefecto de Piura. Tras esta presencia efímera pero con muchos recuerdos y con innumerables amigos como el gordo Javier Silva Ruete, los Checa, los Artaza y Shapirito Seminario. Mario retorna a Piura en 1952 para acabar la secundaria en el San Miguel. Son sus profesores Néstor Martos, Carlos Robles Rázuri, Jorge Moscol Urbina, Manuel Aldana, don Ramón Abásolo y el inolvidable cura don Jesús Santos García.

Era el Director el doctor Luis Marroquín, autor de las innovaciones pedagógicas en la evaluación que provocaron la protesta estudiantil que posteriormente recoge en “Los Jefes”. No se puede hablar de Vargas Llosa sin una alusión a “ La Casa Verde” en donde el escritor contempló de cuerpo entero al propio Prefecto Jorge Checa disfrutando de la hospitalidad de las chuchumecas y los trovadores que con guitarra y cajón en la hipnótica tarde interpretaban valses, pasillos y tonderos. “La Casa Verde”marca el inicio del deslumbrante despertar sexual. Recuerda Vargas Llosa que los parroquianos acababan, por la falta de barbacoas, disfrutando del placer en noches plateadas de luna sobre los arenales tibios y el titilar de las luces de la ciudad. No tengo noticias certeras de la ubicación exacta de “La Casa Verde”. Los cierto es que estaba ubicada en el trayecto de Castilla a Catacaos.

Doña Rosita, la regenta del memorable Viduque alguna vez me confirmó que los muros que habitaba eran parte de la vieja casa en donde hacendados y caporales disfrutaban de todos los placeres. “La Casa Verde” en efecto nos ha hecho universales. Como sucedió con “ El Viejo Saurio se retira” y “ El Mundo sin Xochilt” Gutiérrez muchos piuranos no han leído estos libros por pacatos y otros por sus desafectos con la lectura. Los tres son sabrosos y desnudan de cuerpo entero a los piuranos a los que han elevado a la dimensión inmortal. Piura tiene un encanto seductor. Lo he sentido tras los íntimos recorridos por los recovecos del desaparecido Malecón Eguiguren, el puente viejo o contemplando con admiración la tumba en San Teodoro de personajes como Gaspar Vásquez de Velasco a quien una pluma socarrona caricaturizó con un pasquín venenoso titulado “Gasparito en Miniatura”. Piura está presente en “ La Chunga” y en ¿Quién mató a Palomino Molero?, que refiere las desventuras de la dolorosa y patética historia del avionero Pepe Abad que ocupó las primeras planas de Correo.

Lituma y Sahapirito Seminario son personajes que están presentes en esta narrativa que se asoma a los arenales y al corazón de la selva. No podemos olvidar el debut literario de Vargas Llosa con la puesta en escena de “ La Huída del Inca” en el desaparecido teatro Variedades. En el diario La Industria de don Vicente Cerro escribió Vargas Llosa. Su presencia en la redacción era compartida con los estudios en el San Miguel y los encargos de don Pedro del Pino Fajardo. No escapa a la memoria de Vargas Llosa la singularidad del poeta Joaquín Ramos Ríos quien se paseaba por la Plaza de Armas acompañado de una cabrita querendona. Joaquín, bohemio empedernido se había dedicado de cuerpo y alma a la poesía. Alguna vez Sofocleto sentenció que Piura es el lugar donde el sol nunca se devalúa, la chicha nunca se evapora, la amistad nunca se extingue y las mujeres nunca se olvidan. Piura dejó huella en la vida del escritor no sólo por la admiración al temple bizarro del Almirante Grau, la inagotable amistad de los piuranos sino por acontecimientos humanos y dolorosos que son decisivos en la vida de cualquier alma juvenil. Aquí Mario descubrió con pasmoso dolor que su padre no era la reencarnación de un fantasma extinto sino la imagen que no encajaba en su universo personal.

Piura tiene una vieja deuda con Vargas Llosa. Una deuda de gratitud aún no pagada porque los piuranos no supieron mostrarle en las elecciones de 1990 la voceada admiración y lealtad. Este compromiso sólo podrá saldarse con la lectura de sus obras, con el descubrimiento personal de que las cosas no son lo que parecen y el entender que la lectura ejerce un liberador influjo en las almas que exorcizan de su conciencia la ignorancia. Mario Vargas Llosa recibió el homenaje de la Universidad Nacional de Piura que por unánime decisión le confirió el Doctorado Honoris Causa. Paradójicamente, la UNP meses antes tuvo la valentía moral de purgar su conciencia retirándole por “causa de indignidad” el Doctorado Honoris Causa a Fujimori. (Foto: Mario Vargas Llosa y José H Estrada Morales)

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